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lunes, 20 de abril de 2015

La metáfora de tu vida.

Supongo que debo empezar este crédito diciendo que no he ido al Camino de Satiago. También debo decir que no es que no quisiese, pero como bien dicen, no se puede tener todo.
Tenía mucha ilusión por hacerlo desde un principio. Bromeaba con mis amigas, diciendo que nos lesionaríamos a posta para no seguir andando. Nos imaginábamos a nosotras mismas en las peores condiciones; sudorosas, sin maquillaje, con el pelo recogido, sin comer ni beber, fatigadas y sin dormir. Buscaba imágenes en internet, experiencias de personas que lo habían realizado, etc. Quería hacerlo por mi misma, quería demostrarle a esta chica insegura, poco deportista y no muy aficcionada a caminar que si podía andar esa cantidad de kilómetros, podría hacer cualquier cosa que me proupusiera. Incluso llegué a plantearme ir al gimnasio.

El caso es que al final no pudo ser. Y llegó el día en el que los demás se fueron, todos ilusionados y dispuestos, sonrisas en el aire, promesas a sí mismos de que lo conseguirían. Y yo ese día me acomodé sobre mi cama, ordenador en mano, y pensé. En realidad, pensé durante toda la semana. Y como sabréis, en una semana da para pensar.

Al principio, sentía impotencia. Impotencia de no estar allí, con ellos, de ser parte de la experiencia e impotencia por no aparecer en los recuerdos que les quedarían para toda la vida sobre el camino. Impotencia porque cada vez que lo nombraran, 'el gran viaje', y rieran, o se sintieran nostálgicos, yo sólo sonreiría tristemente, y diría: "Yo no estuve allí." No estuve allí para verlos en los mejores momentos. No estuve allí para verlos en los peores. No estuve allí para compartir con ellos la sensación de avistar a lo lejos la ciudad de Satiago y chillar eufóricamente que lo habíamos conseguido una vez estar allí. No estuve allí cuando alguien se torcía un tobillo, o cuando, entre sollozos, decía que no podía seguir adelante. No pude estar allí para susurrarles "sí que puedes", ni para tirar de ellos. No estuve allí para sentirme mejor persona, para sentirme más humana. Yo no lo viví.
Después de unos días, logré convencerme a mí misma de que no pasaba nada, que yo también haría alguna vez el Camino. De hecho, me lo propuse. Yo también haría el mismo recorrido que ellos, quizá en mucho tiempo, quizá en menos. Pero lo haría.

No tendría los mismos recuerdos que ellos, no viviríamos las mismas cosas. Yo no formaría parte de sus memorias, ni de ellos de las mías. Sólo sería una mancha borrosa que oscilaría en sus mentes.
El Camino de Santiago no es sólo andar. Andar es una de las experiencias que forman parte del viaje, entre otras. Las comidas, de las que mis compañeros se llevan malos recuerdos, las madrugadas frías en las que tenían que ponerse a andar, las noches sin dormir, las ampollas, las lesiones, los ratos libres para jugar, las duchas, las peleas, las risas, los llantos, la oportunidad de conocerse mejor, los nuevos amigos ganados... ESO es el Camino de Santiago. Eso es a lo que llaman el viaje, y no sólo la parte de caminar. Aunque esa parte es bastante amplia.
Estoy segura de que si hubiera hecho el Camino, a los dos días ya me hubiera dicho a mí misma que no podía más. Porque soy así. Porque me conozco. Porque si lo intento y veo que no puedo, inmediatamente lo dejo. Pero también se que no hubiera estado sola. Esa es una de las razones por la que nunca haré el Camino yo sola.
Tener a alguien a tu lado que te apoya y te dice "No seas idiota que tú y yo sabemos que puedes" es una de las mejores sensaciones. Está ahí para ti, para aguantarte cuando no te quede hacer otra cosa que hacer que quejarte. Está ahí para cantar canciones contigo, para que pises por donde él pisa, para dejarte su botella de agua aunque le de asco, para pararse cuando te quedes atrás y para levantarte del suelo cuando creas que has perdido todas tus fuerzas por el camino. Pero sobretodo, para vivir contigo los momentos de superación. Porque eso te entrena para la vida. Te enseña a enfrentarte a otras adversidades a lo largo de tu vida. Te enseña a que si puedes caminar decenas de kilómetros, subir y bajar cuestas, caminar por barro, nieve o a través de la lluvia, comer bocadillos a diario, dormir en literas, ducharse con agua fría y llegar a casa con el cuerpo por los suelos y el alma por el cielo, puedes hacer cualquier otra cosa.
Te enseña que el Camino sólo es una proyección de tu vida. Es una metáfora. A lo largo de ésta, pasarás por momentos de diversión, de angustia, de no poder más, de querer pararse en mitad del camino y no seguir porque no ves el final. Y te enseña que sólo debes sonreír, concienciarte... y seguir caminando.

Inmaculada García.

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