Un día más leo la noticia de una avalancha de inmigrantes intentando saltar
la valla de Melilla, y pienso en lo desesperado que tienes que estar para
lanzarte a una aventura así: para dejar tu casa, tu familia, tu país, todo lo
que conoces, y cruzar un continente jugándote la vida, sin saber muy bien lo
que te vas a encontrar al final del camino. Y al final del camino está la
valla. Esa valla con la que Europa les quiere dejar fuera de su orgulloso
Estado del Bienestar.
¿Por qué
vienen? ¿Es verdad que están tan desesperados?... Sólo hay que seguir viendo
las noticias para ver que sí: guerras que provocan matanzas, miles de
refugiados huyendo de las batallas, hambrunas, sequías, epidemias, como el
ébola que está tan de moda ahora que ha llegado al "Primer Mundo",
pero también otras que matan a miles de personas cada año, como la malaria. En
otros sitios, discriminación para las mujeres, o para los albinos, o para los
musulmanes, o para los cristianos, o para los que son de otro pueblo.
Porque por desgracia, África nos suena a guerra, o a hambre, o a
enfermedad. Países que no tienen dinero para una sanidad pública, y menos
todavía para una educación pública, ni para que sus ciudadanos puedan vivir con
dignidad.
Ellos miran
a Europa como a un paraíso donde hay paz, donde nadie muere de hambre, donde
nadie muere porque no pueda pagar a un médico o beber agua limpia. Donde las
mujeres no mueren al dar a luz a sus bebés y donde los niños no tenemos que
trabajar.
Y, en
cambio, en Europa les cerramos las puertas. Les ponemos una valla para que no
puedan entrar y, si entran les echamos. La gente tiene miedo de perder su querido
Estado del Bienestar. De que, si ellos entran, los impuestos no lleguen para
pagar tanta sanidad, tanta enseñanza gratis, que no llegue el dinero para
tantos subsidios y perdamos nuestros privilegios. De que vengan a quitarnos el
trabajo que tenemos, a trabajar por menos dinero o a vivir de los subsidios.
Entiendo que tengan
miedo, pero es injusto no dejarles entrar. Yo no he hecho nada para nacer aquí:
he nacido en Sevilla por casualidad.
Tengo dos
amigos, Amanuel y Bethelem, que son etíopes. Son niños adoptados. En su país de
origen, vivían en un orfanato, poco más que una choza, donde tenían que
perseguir la comida si querían comer. Llegaron a su nueva casa en Zaragoza
mucho más pequeños que lo que correspondía a su edad, por la mala alimentación.
Sus dos padres habían muerto jóvenes, y eso que su país no es de los que tiene
menos esperanza de vida. En algunos es de menos de 45 años ¿Qué habría sido de
su vida si se hubiesen quedado en ese orfanato de Etiopía? Puede que ahora
estuviesen muertos.
Y ellos no
hicieron nada para nacer allí. Yo nací aquí, a salvo de todo. Ellos allí.
Tienen un hermano al que nadie adoptó. A sus padres adoptivos no se lo dejaron
traer por problemas de papeles. A lo mejor ahora está muerto ¿Es justo eso? No,
no es justo que él esté atrapado allí y yo haya estado siempre aquí, a salvo de
todo, viviendo del copón.
Hace unos
meses vi un vídeo que me hizo entender mejor por qué vienen, y cómo, y lo que
tienen que luchar.
http://vimeo.com/36923976
Todo el mundo debería verlo antes de hablar de ese tema. Ha salido en los periódicos: es la historia de Howard Jackson, el africano que lleva 10 años vendiendo clínex en el semáforo de Plaza de Armas de Sevilla, al lado de la estación de autobuses. Le veo allí cada vez que paso.
Todo el mundo debería verlo antes de hablar de ese tema. Ha salido en los periódicos: es la historia de Howard Jackson, el africano que lleva 10 años vendiendo clínex en el semáforo de Plaza de Armas de Sevilla, al lado de la estación de autobuses. Le veo allí cada vez que paso.
Tenía 16
años cuando estalló la guerra en su país y fue apresado para ser adiestrado y
enviado al frente a matar gente o a morir. Por eso huyó de su país: Liberia.
Perdió a su familia y sobrevivió como pudo. Cruzó siete u ocho países hasta
llegar aquí. El viaje duró años y estuvo a punto de morir. Consiguió cruzar la
valla y llegar a Melilla y luego a Sevilla. Vive de vender clínex,
sobreviviendo como puede en una casa abandonada. Pero, con el dinero que gana,
se va pagando la carrera de abogado y quiere ser juez, como quería su padre que
fuera.
¿Tenemos
derecho a negar la entrada a nuestro mundo a gente desesperada, dispuesta a
trabajar y a ayudar a conseguir un país mejor? Yo creo que no.
No tenemos
derecho. Que pongamos una valla para que podamos seguir viviendo ricos y
seguros aunque les estemos condenando a muerte, es una vergüenza.
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