Buscar este blog

lunes, 2 de marzo de 2015

No estás solo.

Hoy voy a hablar de algo que seguramente nos haga sentir algo en la barriga, nos haga pensar en lo que somos y en lo que hacemos, pero creo que es necesario hablar este tema. Hoy voy a hablar sobre el suicidio.
La noticia que he escogido sobre este tema sólo es una pequeña muestra entre millones de que, en efecto, el suicidio no sólo existe en las películas y libros. Es un hecho real y actual. Es un hecho que sucede a diario, a nuestro alrededor, y es un hecho trágico.
 “El reciente informe del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud indica que pese a la incidencia del suicidio en los jóvenes, un 66,5% de los encuestados de entre 15 y 24 años dijeron repudiar el acto.”
Ahora, un nuevo informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que se produce un nuevo suicidio en el mundo cada 40 segundos .”
“Las cifras compiladas por la OMS indican que en 2012 3.296 se suicidaron, siendo 2.566 hombres y 730 mujeres. Asimismo, revela un alto número de individuos que lo intentan pero no lo consiguen, siendo “el primer factor de riesgo para que una persona vuelva a intentar acabar con su vida una segunda vez y lo consiga”.
Estos son algunos de los datos que expone la noticia. Son reales. Son actuales. ¿Me va a decir alguien ahora que el suicidio sólo es cosa de historias ficticias, o de empresarios arruinados, o amores no recíprocos? Todos los que seáis padres de adolescentes, mirad a vuestros hijos. Ellos no siempre se sienten felices, no siempre piensan en los estudios o en fiestas y alcohol, no sólo piensan en divertirse y ser felices como dan a entender con una sonrisa falsa y un “me voy a mi habitación”. Ellos también se sienten débiles, se sienten indefensos, porque son humanos. Porque también lloran cuando nadie los ve, porque también se sienten estresados, también sienten que sobran, que no deberían haber nacido, también se sienten tan vacíos por dentro, se sienten tan inservibles, que los lleva a pensar en acabar con su vida, porque en el fondo, no sienten que están vivos. Sienten simplemente que están existiendo.

Mi tío se suicidó hace casi un año. Tenía una mujer que trabajaba, dos hijas que destacaban por ser guapas y ser estudiantes ejemplares, tenía el dinero justo para vivir, tenía amigos con los que salía a comer los domingos, tenía un precioso piso en la playa, tenía un coche envidiable y tenía cosas materiales por todas partes. Pero lo que no tenía era una razón por la que levantarse cada mañana, una razón por la que seguir existiendo.
Mi tía siempre decía que simplemente se quitó la vida porque no encontraba trabajo desde hacía cinco años, y estaba estresado. Pero yo nunca creí lo mismo. Sí, es cierto que él fue un arquitecto ejemplar, ganó millones con los que se costeaba todas las cosas que tenía y que cuando comenzó la crisis en nuestro país se quedó en la calle. Pero durante los primeros años yo siempre vi que no le importaba su situación económica. Era un hombre divertido, sencillo y bueno. Se sabía más chistes que letras del abecedario, siempre halagaba a mi abuela por sus comidas, me sentaba de pequeña en su rodilla y, mirando al mar, se reía de mi porque estaba mellada y sin dientes. Me llamaba la canija, o fideo, y yo a veces odiaba cuando me repetía una y otra vez que comiera más. Les hacía cosquillas a sus hijas y hasta que ellas no le dijeran que le querían no paraba. En las bodas, siempre presumía ante todo el mundo de lo bella que era su mujer, y de lo afortunado que era al haberse casado con ella. Mi madre se enfadaba con él cuando ahogaba a mi hermano en la piscina. Mis padres, ellos, mis primas y mi hermano y yo recorríamos España todos los puentes. Me regaló una rana de peluche verde cuando estuvimos en Segovia por mi santo y una figurita del acueducto en miniatura, y se rió de mi cuando me caí en la nieve la primera vez que la pisé.
Es cierto que a veces era bastante gruñón, pesado y se pasaba con las bromas, pero siempre estaba deseando que llegara un puente para irme de viaje con él. Cantaba canciones de Abba con mi padre a todo pulmón en el coche y mis primas y yo rezábamos para que nadie que anduviera por la calle nos viera.
Las cosas cambiaron en el último año. Ya no contaba chistes mientras comíamos, ya no tenía ganas de viajar, ya no miraba el mar, su lugar favorito de entre todos, de la forma que siempre lo hacía. Se sentaba en el balcón, cruzaba las piernas y se fumaba un cigarrillo, dos, tres. Mi tía le decía que qué hacía ahí parado, que se levantase de la silla y buscara trabajo. Mis primas, ya mayores, no seguían su juego de las cosquillas y cuando él le gastaba bromas le gritaban cosas como “Papá, cómprate  un amigo” o “Papá, haz algo útil con tu vida y déjame en paz”. Pero nadie, ni su mujer, ni sus hijas, ni sus amigos, veían por dentro. Ninguno se preguntaban cómo se sentiría él, cuando todo el mundo le está gritando que no sirve para nada, que es un estorbo y que haga algo útil de una vez. Nadie miraba más allá de esas gafas cuadradas, nadie se preocupaba por cómo estaba. Y a nadie se le ocurría decir “pobrecito” antes de que ocurriera la tragedia, como escuché a alguien decir en la misa. Claro, cuando está vivo nadie parece notarlo, pero cuando está muerto todo el mundo se lleva las manos a la cabeza. “Cómo tenía que estar el pobre…”
¿Ahora es cuando nos damos cuenta? En esta sociedad tienes que quitarte la vida para que la gente te valore, ¿es eso? Porque es eso lo que se da a entender.

Así que, si alguna vez ves a alguien con una serie de problemas, una persona que se pinta una sonrisa con ceras y se limpia las lágrimas, preocúpate. Ponte en su lugar. Recuérdale lo importante que es, lo útil que es y cuánto le quieren los de su alrededor. Hazle saber que no está solo.
Aquí dejo una canción que escribió el cantante de una banda para su hermano, víctima del suicido.


Inmaculada García

No hay comentarios:

Publicar un comentario